Capitulo 1
− ¿Alguien sabe dónde está
la llave del auto? −fue la pregunta que hizo Sofía, hablando en voz alta, como
si quisiera que toda la vecindad la escuchara−. De pié al lado de la mesita de
noche, en la sala.
− ¿Cómo?, acaso no está en
la mesita –dijo su esposo, Enrique, parándose al lado de Sofía, y acomodándose
la camisa.
−No está –respondió Sofía,
mirándolo fijamente.
− ¡No puede ser!, tiene que
estar por aquí cerca –intuyó Enrique, agachándose, y mirando debajo de la mesita
de noche−. Su esposa lo imitó −Buscaron en los alrededores de la misma, pero no
la hallaron. Continuaron la búsqueda por toda la sala: el anaquel donde estaba
ubicado el televisor y el equipo de sonido; el otro donde estaban los cuadros
con fotos de la familia, varios premios que recibió Enrique en la universidad
por ser un estudiante sobresaliente, y también una estatuilla que había
recibido en su trabajo, como un galardón por ser un empleado ejemplar, dando
valor a su título de graduado: Ingeniero Naval.
Después cinco minutos, Sofía
miró su reloj de mano.
−Se está haciendo tarde
Enrique, ¿ahora que vamos a hacer?
− ¡Que más! –suspiró Enrique
y luego respondió−: Pedir un taxi. Es lo que nos queda.
−Pero no es justo, yo quería
acompañarte hasta el puerto –dijo Sofía, mostrando una cara de tristeza,
sentándose en el sofá−. Sí Manuel, no hubiese votado el otro juego de llaves,
nos hubiésemos ahorrado este imprevisto −Sofía hablaba de su hijo de ocho años.
−Si mi amor, pero no es el fin del mundo –la calmó
Enrique−. Llamaré al servicio de taxis, mientras tú vas por los niños a la
habitación, para despedirme de ellos.
Sofía afirmó con aprobación, levantándose del sofá. Se
dirigió hacia el segundo piso de la vivienda. Mientras su esposo intentaba
localizar algún taxi.
Cinco minutos después Sofía llegó a la sala acompañada de
Manuel, y de Rita, su hija menor, de cinco años. Afuera se escuchó el ruido del
motor de un auto. Enrique abrió la puerta principal de la casa. Allí estaba el
taxista, quien llegó rápidamente, desde que él lo había contactado. Eso era
justo lo que necesitaba Enrique, ya que estaba llegando al límite del tiempo
para permanecer en la casa.
−Mi amor, llegó el taxi. Me tengo que ir ya –dijo Enrique
mirando a sus esposa.
− ¿Papi ya te vas? –le preguntó su hija, caminando hasta
donde estaba su padre. Enrique la agarró en sus abrazos y caminó hasta donde estaba
Manuel.
−Mis niños. Tengo que irme ya. Tengo que ir a trabajar.
Pero no se preocupen, que regreso pronto –le dijo Enrique, acariciando las
mejillas de sus hijos.
Enrique miró a su esposa. Ella movió la cabeza de un lado
para otro, lentamente. −La razón−: su esposo, retornaría cuatro o cinco meses a
la casa, luego de permanecer fuera del país, en un crucero, principalmente en
Europa. Esto era lo que su oficio le
demandaba, pero su salario le retribuía el tiempo que permanecía alejado de su
familia.
Desde adentro de la casa se volvió a escuchar el pitido
del taxi. Enrique se asomó a la puerta y le gritó al taxista, queriendo igualar
la proporción del pitido: − ¡ya voy!
−Ya me tengo que ir. Los quiero hijos. Adiós mi amor
–acarició a su esposa y la besó en los labios−. Hijos, cuiden a su mamá –los
niños asintieron.
Enrique agarró el equipaje, salió por la puerta, caminó
hasta el taxi y entró en él. Desde allí alzando la mano, y moviéndolas se
despidió de su familia, quienes estaban parados en la puerta.
Cuando Sofía no pudo divisar más el taxi, que se
desvaneció, perdiéndose en la carretera, entró a la casa con sus hijos y cerró
la puerta.
−Ahora que papá se fue. Es momento de buscar la llave. Y
nadie jugará hasta encontrarla −los
niños miraron a su madre, asombrados, por el tono en el que lo había dicho−. Su
madre estaba molesta.
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