CAPITULO 2: DADO DE ALTA
Dos días después, los galenos llegan a la habitación del paciente, a la hora pactada, «ocho de la mañana». En vista que Esteban luce muy bien, el doctor le entrega la orden de la salida la cual debe firmar. Pero antes de que Esteban lo firmara, le hace una pregunta:
−Espere un momento Esteban, ¿avisó a algun familiar?, acuérdese que es la única forma que le firmemos la orden de salida.
−Si doctor, le avisé a mi hermano.
− ¿A Roberto?, ¿se refiere usted?
−Si a él me refiero, está en la sala de esperas.
−Milagros, vaya por Roberto.
Antes de salir de la habitación la enfermera le hace una pregunta.
− Me podría confirmar, ¿cuál es el apellido de Roberto?
−Díaz –contesta Esteban.
Unos minutos después la enfermera entra a la habitación con Roberto. Roberto aparenta unos cincuenta años, su piel es de tez morena y de 1.70 metros de estatura.
El señor Roberto camina hasta la cama, le estrecha la mano a Esteban, y le pregunta:
− ¿Cómo estás Esteban?
−Muy bien hermano, ¿Cómo estás tú?
−Bien, Gracias. Déjame preguntarte algo: ¿recuerdas como se llamaba la empresa, la cual me ayudaste a demandar?
−Me acuerdo perfectamente, se llamaba Naviera Familia Duarte.
−Muy bien, no me queda duda, que estás lucido –dice Roberto, sonriéndole a Esteban, y distanciándose de la cama.
− ¿Y eso a que se debe? –le pregunta el doctor a Roberto, de forma amigable.
−Solo quería asegurarme que mi hermano no hubiese olvidado algo muy importante para mí.
− ¡Vaya! ¡Vaya!, se nota que hay una muy buena relación afectiva entre ustedes.
−Así es –agrega Roberto.
Esteban firma la orden de salida inmediatamente. Lo mismo hace Roberto, el doctor y la enfermera.
La enfermera le entrega a Roberto las facturas de pago, las cuales debe presentar en la ventanilla de cobros. La enfermera le entrega a Esteban una bolsa plástica de color negro. Esteban abre la bolsa, observa que en su interior yacen, «un pantalón jean color negro, un par de tenis color azul con sus medias blancas, una camisa guayabera; la misma está manchada de sangre.»
− ¡Aquí tienes! –dice la enfermera entregándole a Esteban una camiseta y un pantalón.
− ¡Para mí! –dice Esteban, algo sorprendido.
− ¡Así es!, yo no iba a permitir que mi galán se vistiera con la misma camiseta ensangrentada. Además la ropa está limpia, era ropa del doctor.
Esteban mira al doctor, y este aprueba lo que ha dicho la enfermera. Entonces él entra al baño y se cambia de vestimenta con rapidez. Toma sus pertenencias y sale de la habitación acompañado de los galenos y de Roberto.
Esteban mira por última vez la habitación, en la cual permaneció por espacio de más de siete semanas.
En el pasillo los médicos se despiden de Esteban, y le desean mucha salud. Roberto camina con Esteban hasta la ventanilla de pago.
En la ventanilla de pago los atiende una joven muy amable de aproximadamente unos veinticinco años, quien escucha plenamente al señor Roberto. Él informa a la joven, que en ese momento no puede pagar o dar un abono a la cuenta, pero que pronto lo hará.
–No es necesario que me explique todo –le dice la joven−. Estoy al tanto del caso de Esteban, la enfermera, Milagros, me habló de él, así que tómese el tiempo que necesite, luego ya se pondrá al día con la cuenta.
Pero lo que si hace la joven es hacerle firmar una papeleta como constancia de que ha sido atendido. Esteban agradece que ese hospital sea público. Porque de haber sido privado, no lo hubiesen dejado ir, a menos que pagara toda o parte de la cuenta.
Ambos se despiden de la joven de la ventanilla de pago. Esteban se apoya del hombro de Roberto y camina junto a él hacia la salida del hospital.
− ¡Esteban!
−Dime Roberto.
− ¿Por qué no le dijiste al doctor que tienes familia?
−No quería que me obligaran a llamar a mi esposa o algunos de mis hijos. Tuve que mentirle que solo tenia a un hermano, y por eso di tu nombre.
− ¡Tu hermano! –sonríe Roberto.
−Si claro. Has sido muy buen amigo, que ya te considero mi hermano.
− ¡Pues, muchas gracias hombre!, Para mí también lo eres.
Afuera, al contrario del silencio interno de las salas del hospital, es un completo bullicio, el pitido de los automóviles, las conversaciones de las personas en la avenida, los mercados improvisados de los vendedores ambulantes, y demás ruidos, han resonado fuertemente en los tímpanos de Esteban.
Ellos caminan hasta el auto que está estacionado a unos escasos metros del hospital. Roberto ayuda a su amigo a subirse al auto.
− ¿Hacia dónde nos dirigimos? –pregunta Roberto.
− ¡Puedes llevarme a tu casa! −Dice Esteban, mirándolo, y esperando la aprobación.
− ¡Allá vamos! –expresa Roberto, encendiendo el auto, y sin preguntarle porque quiere ir a su casa−. Esteban le ha prometido explicarle todo y él piensa que debe esperar ese momento.
Roberto toma el volante, manejando con cuidado, a baja velocidad.
− ¿Que habrá querido decir la joven de la ventanilla de pago?, sobre que lo que la enfermera le había hablado de mí.
−No sé. Dímelo tú, picaron. –le dice Roberto sonriendo−. Esteban también sonríe.
Esteban se queda callado y recostado en el asiento de copiloto. Roberto conduce desde el hospital Santo Tomas, tomando la avenida Ricardo J. Alfaro. El recorrido hasta su casa sería de ocho kilómetros.
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